jueves, octubre 26, 2006

La increíble historia de Alfonso I de la Amazonia


El protagonista es Alfonso Graña (a la derecha en la foto), quien emigró a Brasil.
En la selva una india se encaprichó de él y eso le salvó la vida. Terminó siendo el jefe de los indios reductores de cabezas. Ahora otro gallego ha viajado al Amazonas en busca de sus descendientes.


En las cuencas de los ríos Nieva, Santiago y Marañón se extienden los territorios de los jíbaros aguaruna y los jíbaros huambisa. Los que antaño fueron sanguinarios reductores de cabezas transmiten de padres a hijos la memoria de aquel español analfabeto: Alfonso Graña, el único blanco que reinó. La leyenda arranca en la Galicia mísera de finales del siglo XIX. Alfonso viene al mundo en 1878 con el nombre de Ildefonso, hijo de un sastre y de una tabernera, en una agreste aldea (Amiudal) del municipio ourensano de Avión. El hambre y las enfermedades lo empujan a emigrar a los 18 años. En Brasil sangra los árboles del caucho. En Perú desempeña oficios diversos. A principios de los años 20 está establecido en Iquitos, donde hace tertulia con el librero gallego Cesáreo Mosquera. Hasta que un día sus huellas se esfuman en la selva.

Pudo haber sido raptado por los indios aguaruna. O bien pudo haber matado a un hombre en una discusión y huir. Lo que es seguro es que se encontró con los jíbaros, contrajo matrimonio con una india que desde un primer momento se encaprichó del gallego (probablemente, la hija de un jefe) y ganó influencia sobre los indígenas hasta adquirir rango de monarca. O quizás sucedió a su suegro en el mando. Sea como fuera, dos años después de su desaparición, el gallego Mosquera se frotaba los ojos en Iquitos al borde del muelle: su amigo Alfonso venía río abajo, capitaneando dos balsas llenas de indios y tesoros de la selva. El gallego rey de los jíbaros lo atraviesa agarrado a una pértiga. Las balsas van cargadas de pescado desecado, carne de mono, conchas y fósiles, sal de las lagunas y botellas de sangre de drago. Viejos periódicos envuelven las cabezas cortadas en tribus enemigas, reducidas al tamaño de un huevo.

Graña tenía espíritu de aventurero y también mercantil, de judío. E, indudablemente, una gran inteligencia natural. Logró que le siguieran y le admiraran los jíbaros.

Del gallego aprendieron los indígenas a mejorar la extracción de sal y a desecar paiche, el pez típico de la zona. Graña les construyó molinos. Y en Iquitos los fascinaba comprándoles helados o paseándolos en el Ford de su amigo Mosquera. Maximino, último biógrafo de Graña, está convencido de que aquel indio era su hijo. La etiqueta de ahijado le serviría al gallego para ocultar a los blancos la verguenza de mezclarse con una india. Es por esta pista genealógica por la que Antonio Abreu, entusiasta a sus 70 años, viajó semanas atrás al Amazonas. . Está dispuesto a dar con los auténticos descendientes del gallego que fue rey allí.

"El hijo sucede al padre, sea tonto o listo."

Fdo.: Jaime Peñafiel